Fantasy. [libre]

Necesitaba un empleo y rápido. La abuela me mantenía, pero tampoco podía abusar de ella. Cobraba una pensión muy pobre, que era suficiente para pagar los gastos de la casa, las facturas, y los alimentos de cada día. Apenas y que alcanzaba el dinero. Yo tenía mis caprichos, con algo de ropa, o el revelado de mis fotografías -no tenía impresora-. Todo se valía en dinero en este mundo capitalista, y para conseguirlo, tenia que trabajar.

Ni siquiera había hablado con mi hermano sobre esto. A Kamîl no le habría gustado mucho decirle que su hermana menor iba a ensuciarse las manos. Por lo que, mejor avisarle cuando tuviera el rango. A mi me hubiese gustado ir a la universidad, hacer algún curso de fotografía -que era mi pasión-, pero no se puede todo en la vida. Últimamente comenzaba a pensar que estaba predestinada a la mala suerte.

Tomé los papeles, el documento, puse mi mejor cara de entusiasmo y salí a las calles de Forks en la búsqueda agotadora. Antes de cerrar la puerta le di una ojeada al reloj: las diez de la mañana. Perfecto, tendría que estar en casa al mediodía para el almuerzo. Ya tendría empleo, una vida en progreso; podría alegrar a la abuela con algo. Estaba confiada.

~

Las seis de la tarde. Las nubes ocultaban el sol de Forks pero se notaba que estaba oscureciendo. No me aceptaban en ningún lugar. Mi currículum no era suficiente para ellos, o no tenían vacante, o los pocos negocios del pueblo eran atendidos por gente del pueblo, no intrusos. Bufé mientras me sentaba en el piso, agotada, frente a un cine. ¿Un…Cine? Raro. Supuestamente Port Angeles era el mejor lugar para ir a ver una película en pantalla grande. Hice caso omiso.

Había comido algo de comida chatarra por ahí. La abuela no estaba preocupada porque la había llamado desde un teléfono público; no tenía teléfono celular, y lo que más se asemejaba a tecnología en mí, era mi cámara de fotos digital.

Mi vida era aburrida, agobiarte. A este paso tendría que vivir debajo de un puente, o de última, morir en medio de un bosque. Nadie se percataría; quizás las personas que me apreciaban, que se podían contar con los dedos de una sola mano. El haberme encontrado de nuevo con mi mejor amiga lo había cambiado todo, pero ella tenia su vida y yo la mía; pasábamos juntas nuestros tiempos libres, nada más.

Me crucé de vereda, parándome frente a la cartelera del cine. Me mordí el labio al ver los títulos de las películas -todas comenzaban después de las siete-, pero solo pura fantasía. Había gastado mis ahorros. Me encogí de hombros, dando un leve suspiro, y me senté ahora en este piso, debajo de la cartelera, con mi mochila entre mis manos. Faltaba poco para la llegada de la noche.