Recuerdos. [Libre]

Tonta cabeza de coco. ¿A quién se le ocurría concurrir a las playas de La Push con zapatos taco aguja? Claro, solo a mí.
Al principio no tuve la intención de dar una vuelta; había venido únicamente para buscar un par de papeles para mi abuela pero las playas eran tentadoras, con aquellas olas gigantes impactando contra las rocas. La brisa fresca chocaba contra mi rostro descubierto, después de tantos años, y me sentía feliz.

Había sido una buena idea recorrerla de punta a punta, hasta que me percaté de mi calzado. Aparte de eso traía una vestimenta apropiada; un vestido hasta las rodillas, muy parecido a un pareo. Cómodo, estampado, de color azul oscuro.
Tuve que descalzarme. No podía caminar con aquel par de zapatos. Los tomé con las manos y me dejé llevar hasta la orilla del mar. Agua salada, cristalina. De cerca se apreciaba mucho más.

Todo marchaba bien. Mas en cada historia tiene que haber un “pero”. Sin fijarme por donde caminaba pisé algo puntiagudo, punzante, que se clavó en mi pie derecho. –¿Qué demoni…? –di un par de saltos sobre la arena, notando el ardor. Levanté el pie para observar que era y me percaté de que tenia clavada una avispa. Puse mi mejor mueca de asco y la tomé por las alas, quitándola. En fin, eso no fue todo…no pude mantener el equilibrio y caí, de espaldas, sobre la arena. Ahogué un grito.

Una escena bastante estupida, pero graciosa. Terminé por dejar escapar carcajadas de mis carnosos labios. No sabía si había gente a mí alrededor, no estaba al tanto de nada. Me fundía en mis risas.

Mantenía los ojos cerrados, notando que no reía de esta forma desde hacia ya mucho tiempo. Ocurría por mis propios pies, por mi torpeza. Y yo que creí que la había perdido, pero no, estaba y estaría siempre conmigo. Una característica especial en mí. Ni mis propios padres podían creer que era tan así, tan…despistada. Con tan solo observar algo que llamaba mi atención todo lo demás se desvanecía; me recordaba al accidente de hace días atrás, cuando me atropelló aquella bicicleta. Por suerte no poseía secuelas.

Una voz femenina habló. Supuse que era para mí la pregunta porque mientras venia caminando no había gente a mi alrededor. Poco a poco fui abriendo los parpados dejando a la vista mis claros ojos verdosos. La joven estaba parada, observándome. Tez morena, cabello oscuro, buena figura. Linda chica. Todo en ella parecía perfecto, menos sus expresiones. Daban algo de miedo. No concordaba con su belleza. Si al menos una sonrisa cruzara su rostro, se vería mucho más bonita.

Me acomodé sobre la arena, apoyando el peso de mi cuerpo en mis brazos –codos especialmente –fijando mi mirada en ella. Le sonreí de lado. –Mejor que tú estoy. –dije, refiriéndome a por como se manifestaba frente a mí. No daba señales de estar de buen humor. En fin, yo no tenía porque aguantar si ella tenía un mal día. Al menos, si iba a fingir, que lo hiciera bien. –Oye, no es necesarios que finjas que te importa. –Levanté ambas cejas, encogiéndome de hombros.

Su carácter era bastante parecido al mío. Yo también tenía este tipo de arranques cuando me encontraba con un desconocido. Ella poseía una mirada fría, muy seca, como si quisiera intimidarme con ella. Se la sostenía. Apenas y que parpadeaba. Poco a poco me fui acomodando hasta quedar sentada en la arena. A este paso tenia el maldito vestido cubierto y, seguramente, el cabello.

Los ojos celestes –muy bonitos y llamativos- de la morena se dirigieron al horizonte. Respiraba. Se estaba calmando. Al venir analizando a las personas durante tantos años comprendía algo. Necesitaba desahogarse; tenía un problema interno. No era conmigo, tampoco con el mundo como dicen algunas personas. Algo que carcome por dentro y no te dejar respirar. Esperé a que hablara y me mirara de nuevo.

Levanté la vista, ya que yo seguía sentada y ella permanecía parada. –El tono de tu voz no coordina con tu mirada. Además, tu preocupación fue tan seca que ni hasta un niño se lo creería. –Me encogí de hombros. No podía enojarse, era la pura verdad. –Estás dolida, no? Hay algo que te está matando y no eres capaz de soltarlo a la luz. ¿Por qué no te descargas un poco? –recomendé. Yo no era la indicada porque apenas conocía a la hermosa joven. Pero cuando se trataba de entablar conversaciones, escuchar a la gente, yo era perfecta. Una psicóloga.

Le sonreí de lado.